martes, 11 de mayo de 2010

Adiós


De los días de mi vientre
de la tregua interminable de tus ojos
del errante reflejo de mi boca
sobre tu enajenada amapola visceral.

De todos los susurros inaudibles
diluvio de septiembres que no amé,
de la hermosa y eterna,
dicha dulce de apagarte.

Desde mi huerto y mi sandía,
con mi pecho y los ayeres.
Desde mis marchitas sombras
y mi alma alacranada.


Recojo mis sábanas longevas
mis besos forasteros.
Me llevo mi lámpara de nieve
y mis brazos volátiles.


Te digo adiós desde mi vereda
hasta nunca sol nocturno,
te despido para siempre
pútrida caracola ficticia.


A ella

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